7 abr 2008

Vuestros hijos no son vuestros

Vuestros hijos no son vuestros.
Son los hijos y las hijas del anhelo de la Vida por perpetuarse.
Llegan a través de vosotros, pero no son realmente vuestros. Y aunque están con vosotros, no os pertenecen.
Podréis darles vuestro amor, pero vuestros pensamientos, porque tienen sus propios pensamientos. Podréis albergar sus cuerpos, pero no sus almas, porque sus almas moran en la casa del mañana, que no podéis visitar, ni siquiera en sueños.
Podréis, con mucho, pareceros a ellos, mas no tratéis de hacerlos semejantes a vosotros.
Porque la vida no retrocede, ni se estanca en el ayer. Sois los arcos para que vuestros hijos, flechas vivientes, se lancen al espacio.
El arquero ve la marca en lo infinito y Él es quien os doblega, con su poder, para que sus flechas partan veloces a la lejanía. Que el doblegamiento en manos del arquero sea vuestra alegría, porque aquel que ama a la flecha que vuela, también ama al arco que no viaja.

Gibrán Jalil Gibrán, del libro “El profeta”.



Estas palabras las he sacado del libro “Tu hijo, tu espejo”. Myriam lo compró el verano pasado en una librería, simplemente, porque le pareció interesante.
Yo lo he leído ahora y corroboro su intuición. El mismo libro dice en su título: “Un libro para padres valientes” pues explica cosas que todos los padres deberían saber y tener en cuenta a la hora de criar y educar a sus hijos.

Yo hace tiempo que me considero un padre valiente, y hace tiempo que considero que todas las personas deberían formarse un poco para ser padres, pues a ser hijo no hace falta aprender, se nace siéndolo... pero ser padre se hace.

El libro hace remover sentimientos en nuestro interior. Ayuda a darnos cuenta de que crecimos bajo la influencia de unos padres que sabían cómo debíamos ser y que por tanto nos guiaban bajo su manera de ver la vida (o la que era aceptable en la sociedad) y por tanto ayuda a darnos cuenta de que como padres, si no ponemos remedio, estamos destinados a ejercer la misma influencia sobre nuestros hijos.

Los niños no nos pertenecen. Vienen a través de nosotros, pues nacen gracias a nosotros, somos sus padres, pero desde el mismo momento que nacen son ciudadanos del mundo, inexpertos, por supuesto, pero tienen una vida y una misión en ella, sea la que sea, que sólo ellos deben descubrir.

Socialmente no hay fecha en la que se le da libertad a un hijo. Hay gente que lo relaciona con el techo en el que vive “mientras estés bajo mi techo se hará lo que yo te diga”, hay personas que lo asocia al parentesco “yo soy tu padre y por eso...”, hay personas que lo hacen por tu bien y saben lo que necesitas “tienes que entenderlo, ya sé que no te gusta, pero es por tu bien” y por tanto nunca se sabe desde cuando mi hijo es MIO y a partir de cuando deja de serlo. Pues bien, este libro ayuda a entender que nunca deberíamos considerarlos como nuestros. Ayuda a entender cómo inconscientemente (o conscientemente) proyectamos ideas, ilusiones, necesidades insatisfechas en nuestros hijos. Cómo esperamos que sea el mejor en..., que saque las mejores notas, que sea el más guapo, que vaya al mejor colegio, que toque el piano, ya que yo no pude, que siga con el negocio familiar, que busque otros amigos, que esos no me gustan, que se ponga otros pantalones, que parece un dejao... que se case con una chica de buena familia... etc. y cómo hay cientos, miles de casos actuales en que muchas personas trabajan en lo que sus padres siempre habían querido y no en lo que les habría gustado, están casados con la mujer que le habría gustado a su padre o vive de la manera que le enseñaron era mejor, pese a no comulgar con ello.

Hay personas tan “anuladas” por los deseos expresos de sus padres, que incluso una vez muertos los padres, los hijos siguen actuando según los dictados que les impusieron.

Con todas estas imposiciones, los niños crecen dependientes, inseguros, con baja autoestima. Se convierten en lo que se esperaba de ellos y actúan en contra de sus propios intereses y creencias, por tanto sus necesidades quedan insatisfechas y de adultos son personas con un niño interior cuyas necesidades no fueron escuchadas, viviendo una vida diferente a la que debía y por tanto traspasando, DE NUEVO, esas necesidades insatisfechas a sus hijos... para que ellos sí sean lo que nunca pudieron ser (y por tanto cohartando de nuevo sus libertades).

Me gusta el libro porque analiza muchos aspectos de las relaciones padres-hijos y muchos conflictos habituales que hemos vivido, yo diría, todos los mortales.
La conclusión final, además, es pareja a lo que vengo diciendo siempre. A los hijos hay que criarles con AMOR, pero del que se habla, todos los padres aman a sus hijos (se supone) sino del que se siente y del que te hace actuar. Criarlos con amor significa a menudo tener que dar un paso atrás, respirar, mirar en tu interior y descubrir que el que inicia el conflicto, el que tiene el problema, es uno mismo, por tanto, el que aprende, a menudo, no es el hijo, sino el padre.

Los niños son los adultos del mañana. Si queremos que este podrido mundo cambie, debe hacerlo a partir de ellos, que son los que nos sobrevivirán y a partir de ellos cambiaremos nosotros.

Tener un hijo es una segunda oportunidad de enmendar los errores, y una segunda oportunidad de volver a aprender, de deshacer el camino recorrido para iniciarlo de nuevo por aquel que nunca debimos perder.
Si estamos cegados con el consumismo, si nos invade el egoísmo, la envidia, el “marica el último”, el “tanto tienes tanto vales”, etc. tener un niño es una nueva oportunidad para mirar atrás, a nuestra infancia, y valorar en qué momento se desvió ese camino, en qué momento se manchó la pureza que todo niño lleva en sí.
Es posible que la educación recibida tuviera mucho que ver, es posible que hayan quedado heridas del pasado que debemos revivir para sanarlas, es MUY POSIBLE que mirar atrás duela mucho, pero hemos de intentar ser honestos y solucionar nuestras deficiencias para poder entregar a nuestros hijos nuestro amor incondicional sin reparos, sin juzgarlos, dejándoles crecer en el jardín sin ponerles alambradas.
Y si no puedes curar esas heridas, al menos encuéntralas, da con ellas, y asume que forman parte de ti. Desde la sinceridad de saber que vives con ello podrás ser más sincero/a con tus hijos y la relación será más directa y libre.

Conclusión:
Quiere a tus hijos por encima de todas las cosas, como ellos te quieren a ti.
Vive y deja vivir.
Ellos viven, déjalos vivir.
Ellos sueñan, déjalos soñar.
Ellos caen, déjalos caer, pero acompáñales en la caída y ayúdales a levantarse. Solo así serán libres de elegir lo que ellos consideren mejor para ellos, y no lo que consideren mejor para ti.

1 comentario:

Desi dijo...

Los pelos como escarpias! Qué bonito, todo lo que dices, Armando. Yo intento, cada día, ser una madre valiente. Intento no caer en la impaciencia, en la bronca automática, en todas esas conductas que llevamos taaaaaan arraigadas porque las hemos vivido en nuestras propias carnes cuando niños. Intento apartarme de las prácticas en las que me crió mi madre, al fin y al cabo.

Intento recordar que yo soy el adulto ;-) y eso me lleva a hacer, a menudo ese trabajo de revisión, para no caer en lo fácil, y seguir trabajando para que mi hija crezca en la libertad, el amor y el respeto.

Yo también espero que cada vez más padres sean capaces de hacer ese trabajo de autoconocimiento, de detección de "puntos flacos", de conexión con uno mismo que es tan necesario. Cuando asumimos toda la carga que llevamos, ésta se hace más llevadera, y nos permite enfocar la crianza de otra forma, más humana, más consciente, más amorosa y respetuosa.

No sé, aún así me parece que es un pensamiento demasiado utópico, visto lo visto. Pero, como siempre digo, alegrémonos por los que somos capaces de hacer ese autoexamen, salir del borreguismo imperante, ser críticos con nosotros mismos, y decidir convertirnos en compañeros de viaje de nuestros pequeños.